domingo, 31 de mayo de 2009

Un banco, un reloj y un elemento casi onírico


De nuevo se retrasaba. No era la primera vez que lo hacía, y a pesar de todo el joven permanecía sentado en un viejo banco mientras la esperaba. Pero ella no aparecía, y aunque ya estaba acostumbrado no conseguía sacudirse de encima la inquietud. Se preguntaba porqué lo hacía y se prometía que no le volvería a pasar. “5 minutos más”, murmullaba mientras de refilón miraba a su derecha, buscándola entre los posibles caminos que ella podía tomar, esperando que apareciese de un momento a otro con su bolso rojo y sonriendo, no dándole importancia a su retraso. La esperaba ansioso, como una guitarra a una melodía, suspirando mientras la luz se volvía más tenue, enumerando las hijas de Nereo para intentar distraerse, mientras los sentimientos se encontraban sin saber que hacer, si quererla u odiarla.
La tarde daba sus estertores finales y desesperado volvía a mirar el reloj una última vez, el cual marcaba de forma lastimera las 10 y 10, aunque a el más bien le pareció que su reloj no marcaba la hora, sino que le dedica una sarcástica y socarrona sonrisa mientras se burlaba de su candidez.

sábado, 16 de mayo de 2009

¿Que hay en la caja?



Las manos quieren atrapar. Costumbre de nuestros antepasados que conservamos como vestigio evolutivo. Todo remanece de cuando atrapábamos peces y perseguíamos pequeños mamíferos. Por eso las manos están inquietas. Por eso hurgo en internet. Por eso escribo. Ayer las entretenía con pintas de distintas tonalidades en bares de la comarca, hoy leo diarios electrónicos bajo una bombilla de 60 ws. Una foto del Presidente circunflejo a la izquierda, gripe puerca a la derecha. Un mismo proceso de lavado y secado. Tanta estupidez me hace pensar que el planeta se haya desalineado, así que dejo de leer. Prefiero escribir. Al blog. Con mi ego.
Empecé el blog porque un amigo me dijo que follaría más, pero puedo asegurar que follo incluso menos. Una falacia. Pero no me sorprende, mi vida se cimenta sobre la mentira: de amor, de odio, de indignación. No soy un adicto a la mentira, sino que me gusta cambiar la verdad. Me obsesiona, y cuando algo me obsesiona soy capaz de cuadrar el círculo. Tan obsesivo que es sospechoso. Tan obsesivo como las canciones que escuchas en la radio y no puedes dejar de tararear. Y esto no es ninguna tontería. Una canción de los Beta Band puede enganchar tanto como la heroína, canturreándolas sin querer en el metro. Adictivo y patético. Solo tan patético como lo es emborracharse un sábado por la noche en casa de tu madre. Hay quien dice que si lo hace es por llevar la contraria. Yo para llevar la contraria prefiero inhalar dióxido de carbono y exhalar oxígeno. Eso aprendí a hacerlo porque a mi novia le fastidiaba. No puedo evitarlo, así funciona mi mente, siempre intentando fastidiar, siempre conspirando, como un humo aplastado agazapado tras una cortina. Y tan terco soy que si se trata de molestar soy capaz de emular el ciclo fotosintético de las plantas aunque mis conocimientos sobre botánica se reduzcan a derivados de la belladona y venenos en general.
Pero no es maldad, son mis manos, que unas veces zalameras y otras traicioneras no se pueden estar quietas tratando de deshacer nudos en la garganta.

jueves, 7 de mayo de 2009

Entra en acción el socorrido recurso del espacio-tiempo


Estoy nervioso como un chiquillo el día de Reyes. Apenas he dormido. Y es que mañana se estrena la nueva película de Star Trek. Una precuela de la saga galáctica dirigida por el creador de “Perdidos”. Un evento que me produce priapismo. No es nada patológico, simplemente son cosas normales en la vida de un friki.
Antes estos compartimientos se ocultaban, pero ya ha llegado la normalización al sector. Hoy ser friki es un valor en alza. Incluso en Zara venden camisetas de superhéroes que los pringaos compran sin saber siquiera que es un “Rondador Nocturno”.
Y es que a pesar de que los frikis llevamos poblando el planeta desde el comienzo de los tiempos hemos vivido entre las sombras, avergonzados de nuestra condición, soportando toda clase de clichés mientas tratábamos de disimular nuestras aficiones.
Hemos soportado etiquetas como la de ser tipos feos, gordos, con barba, albinos y sin novia. Yo apuesto por algún tipo de conspiración judio-masónica-marxista. Hay que decir que esas cosas no son ciertas. Por lo menos lo referente a tener novia. De hecho incluso yo una vez tuve una. Era una chica a la que siempre le habían gustado los tipos normales, hasta que me conoció y se enamoró de mí. Sin embargo la cosa no funcionó. Al principio le costó adaptarse a tener que llamar a los muñequitos “figuras de acción” o a no confundir los planetas de la guerra de las galaxias, pero poco a poco y con voluntad se fue integrando en nuestro particular mundo paralelo (que a su vez forma parte del multiverso). Incluso acabó accediendo a cumplir mis más oscuras perversiones disfrazándose de Elektra, la princesa Leia o Catwoman. Y además de la de Michel Pheiffer, no ese horrible engendro de Pitof.
Eran tiempos en los que pensaba que el amor podía con todo, y en el mayor de mis logros conseguí que viese la saga de “Alien”. Las 4 del tirón. Porque así somos lo frikis, y queremos compartir las maravillas del mundo con nuestros seres queridos. Pero un maratón de babas intergácticas fue demasiado para ella. O eso me dijo, aunque yo sigo echándole la culpa a la actuación de Wynona Ryder.
La chica comenzó a salir con tipos “normales”. Gente vulgar que no hablaban de magia ni superpoderes, y que la llevaban al cine sin disfrazarse para el estreno. Y quizás en algún momento disfrutó, pero al tiempo se dio cuenta que no era lo mismo, y añoraba tener a un friki al que amar. Tenía un hueco en el corazón para un pequeño Mowai, para un Ewok zalamero, para un pikachu al que abrazar. Se atormentó y en los bares ya no le preguntaba a los chicos “¿Estudias o trabajas?”, sino “¿Star Wars o Star Trek?”. Para los cumpleaños regalaba la edición especial de “Posesión Infernal”. Se aprendía los diálogos de Los goonies. Su metal favorito ahora es el adamantium.
Estar con un friki cambió su vida, y se de buena tinta que ahora la pobre muchacha ronda por las Comics Con en busca de un friki al que querer mientras mantiene una perfecta adicción a las drogas blandas.

Adictivo como la póción mágica de Panoramix, adorable como el Gremlin bueno, peligrosos como John Rambo con un mal día. Así es enamorarse de un friki (Aunque no necesariamente en ese orden)