domingo, 25 de abril de 2010

El día del libro


Antes de ayer, como todos los años tal día como hoy, volvió a ser el día del libro. El día en que los prohibitivos precios de la literatura se reducen un ápice y se regalan rosas, mientras en las calles se montan librerías ambulantes donde esos señores que salen en la solapa de los libros firman ejemplares.
Esta fecha fue elegida por coincidir en el tiempo la muerte de los universales literatos Cervantes y Shakespeare. Paradójicamente ninguno de los dos murió ese día. El de Alcalá de Henares falleció un día antes, y el guiri decidió morirse un 3 de Mayo, porque William Shakespeare, Willy para los amigos, no murió, sino que decidió morirse. A sabiendas del componente mitificador de la muerte, y viendo que Cervantes ya no podría escribir (es lo que tiene estar muerto) resolvió que él no sería menos, y se moriría también, así que se sentó en la mecedora de su salita de estar y no hizo nada, hasta que de aburrimiento expiró. Chúpate esa, Cervantes. Del frío suelo a los libros de texto, y de ahí al almanaque, para regocijo de libreros y floristas.
Sin embargo lo que me realmente me perturba es este gratuito baile de fechas. Atisbo un componente conspiratorio en todo esto. Automáticamente descarto a los gobiernos, puesto que dudo que sepan leer, así que especulando y especulando se me ocurre que esto solo puede ser parte de un maligno plan de algún tipo de logia masónica. Y seguro que es la misma logia que dictamina sobre las mayúsculas y las minúsculas, método de tortura inquisidor y garrapateo de la ortografía. Todos conocemos alguien cuya cabeza ha implosionado pensando como escribir “marxismo”. La diferenciación entre el tamaño de las letras se inventó como un método de subyugamiento para el pueblo, que además de confuso se ve dividido. Porque en realidad, el mundo no se divide ni en credos ni en razas. Tampoco importa si eres de izquierdas o derechas, de Madrid o Barça o de carne o pescados. Lo verdaderamente importante es si eres de mayúsculas o minúsculas. Yo sin dudarlo soy de minúsculas. Mis ojos lloran cuando leen un sms de esa gente que escriben solo en mayúscula. Brota sangre del lacrimal, pero solo del derecho, herido por la punzada de esas F, O, ó H de uso indiscriminado, armas de destrucción masiva en dedos poco juiciosos. Por qué ¿Qué hay más grande que una buena minúscula? Tan grandes como el sol, como la vida, como Clint Eastwood o como los monetes.
Y es hablar de Clint Eastwood y monetes y me dan ganas de ver “Duro de pelar”

Quitaré los subtítulos, no sea que los de la productora sean de mayúsculas y me arruinen la película.


PD ñoña:Esta entrada está dedicada a esa querida amiga enamorada de mi Batman action figure. Y con esto no me refiero a mi pene.

domingo, 18 de abril de 2010

The black list


He pasado el tiempo desde el último post intentando desarrollar teorías que me hagan trascender a los anales de la historia. Pretendo perpetuarme en la memoria colectiva y aparecer en los libros de texto, e incluso con un poco de suerte que pongan mí nombre a una calle.
-“¿Dónde vive usted?”-“En la calle Caronte número 6”
Para empezar quiero ponerle a ese proyecto un nombre chulo, algo así como” teoría de la molonidad”, “la mirada muerta de una representación antropomórfica” o “teoría sobre los bocadillos de butifarra”. Un nombre con gancho, diferente, que vaya como golpe directo al entrecejo. Lo que diga esa teoría será algo revolucionario a la par que aterrador, de tal manera que las camisetas pop llevarán mi imagen estampada en el pecho y se harán composiciones Warholianas con mi rostro. Con esa teoría me haré universal. No soy delicado y no tengo problema con ningún campo. He sido bendecido con el don de teorizar sobre cualquier cosa.
Pero mientras esbozaba en un croquis las líneas que me catapultarían a la eternidad un amigo me dijo que perdía el tiempo. El sostiene que para ser alguien da igual lo que hayas hecho o hayas logrado. Para ser alguien lo principal es tener una lista negra. Es la principal variable. Todos los grandes han tenido una: El senador McCarthy, Clint Eastwood o Darth Vader. Fue una interesante reflexión la que me propuso, y si Nixon tenía una yo no iba a ser menos.
Una empresa así requiere de meditación y no puede ser tomada a la ligera como la película “El guerrero número 13”, así que tras un minucioso análisis de mis enemigos elaboré la mejor lista negra del mundo. En ella están:
- Bunbury: Por ir de perdonavidas, por pintarse las uñas y por usar pedrería. En definitiva, por ser un auténtico papanatas.
- George Lucas: Por prostituir los mitos de nuestra infancia y por crear un ser tan detestable como Jar Jar Binks. Amenaza con más proyectos de Star Wars y la quinta parte de Indy, con lo que definitivamente los abismos del horror terminarán de abrirse bajo nuestros pies. Ni siquiera sus éxitos pasados lo redimen.
- El Gran Wayoming: Por ser tan progre, por estar siempre rodeado de tías buenas y porque no me hace ni puta gracia.
- Ramoncín: No comments
- Oliver Stone: Que este hombre se ponga a jugar al dominó y deje de hacer cine. Es más, que no le permitan ni acercarse a un videoclub.
- Lisa Simpson: ¿Dónde dice que no se puede odiar a un ser ficticio?
- Tele5: ¿Dónde dice que no se puede odiar un montón de mierda?
- Tim Burton: Porque el que fuera niño prodigio no hace más que repetirse, y hacer “eso” con el mejor libro de la historia no tiene perdón.
- Los niños de Parque Jurásico
- Dani Martín (El canto del loco) y Melendi: Como los vea por la calle los mato ¡Los mato!
- Los mosquitos: Dios tuvo que poner de todo en la tierra

Y el primero de mi lista sería sin lugar a dudas y con un margen bien amplio de distancia, Jorge Drexler; por haberse quedado con la más bella de entre bellas. La dueña de las ojeras más sexis del universo. La hermosa Leonor Waitling.