martes, 12 de julio de 2011

El coito te nubla



A veces en la vida, hay momentos en los que miras a los ojos a la muerte. Una mañana ventosa que te juega una mala pasada, tal vez un barrote de bronce puesto en mal sitio. Azares que te ponen la noche boca arriba y te dejan en frente de la mujer de la guadaña. A mí eso me pasó hace pocas noches, en un bar de mi barrio. Y no estaba soñando.
Era mediodía, y como de costumbre entré para cumplir con la rutina. Esa cerveza que algunos llaman el aperitivo, y que prepara el fondo del estómago para el almuerzo. Un poco perezoso me senté en la barra, en mi sitio y habitual, y cogí el Marca, cuando levanté la cabeza y la vi. Justo enfrente mía, en el otro extremo de la madera iluminada por un rayo que se escapaba entre las cortinas. Vestía de negro azabache y tenía dos ojos rojos de difícil descripción, y con suavidad le sacaba brillo a la hoja de la guadaña con un trapo de noble textura. Inevitablemente me quedé embobado mirándola, supongo que debido a que nunca había visto a un famoso, y lo debí de hacer con tan poca discreción que se dio cuenta. Nervioso, me hice el despistado, colocando palabras al azar en el crucigrama del diario, pero con una mirada de soslayo me di cuenta de que me sonreía. Esa sonrisa me llenó de confusión. Realmente no la esperaba. Estábamos hablando de la muerte, y, francamente, aunque era realmente atractiva no dejaba de ser la muerte. Quizás fuera el agradable recorrido de su sonrisa, o a lo mejor mi necrófila curiosidad, el caso es que decidí levantarme a invitarla a tomar algo. Pensé que no podía ser peor que mis relaciones anteriores.
Me senté junto a ella teniendo un cruce de sensaciones embotadas y levanté la mano para pedir, pero me di cuenta de que el camarero estaba muerto. Yo mismo puse un par de cervezas y comenzamos a hablar. Al principio algo incómodos, pero relajándonos un poco más con cada copa. Me encantaba su compañía y me hacía reir con sus historias de una rutina lamentable pero necesaria. Teníamos mucho en común. Ella también era una solitaria. De hecho me contó que solo había tenido un compañero. La sustituyó unas vacaciones pero lo tuvo que despedir. No hacía bien su trabajo y los muertos caminaban sobre la tierra. Fue por su culpa lo del último Apocalipsis zombi.
Hablamos sobre nuestras ilusiones y esperanzas, compartimos nuestro amor por los caracoles y confesamos nuestros miedos. Me contó sus intimidades y me dijo que lo que más le había costado matar era la duda y que odiaba los gatos porque tenían 7 vidas.
Juntamos el día con la noche, con la incredulidad del incierto amor que estaba empezando a florecer, suspirando de felicidad y viendo el sol perezoso desaparecer entre los edificios cuando una intangible fuerza nos obligó a fundir nuestros labios como en el final de una comedia romántica.
Pero no todo es perfecto. Olvidé un pequeño detalle. Lo que pasa cuando tocas a La Muerte es que te mueres. Y si la besas te mueres también. Así que, por culpa de ese furtivo amor, cambié de una imbécil vida fracasada a una no vida imbécil fracasada…

martes, 5 de julio de 2011

Mis hombrecitos pueden con 20 marines y 100 cocineros


La vida es un camino en el que se coleccionan momentos humillantes. Es como una especie de requisito para que te den el carné de persona. El primero que recuerdo fue cuando en párvulos olvidé vestirme y fui a clase en pijama. No hay nada tan cruel como un niño. Aún oigo las risas por la noche. Este momento fue contemporáneo a cuando mi madre y sus amigas llegaron a casa y me pillaron maquillado y travestido. No era nada perverso, simplemente una apuesta. Aquel fue un mal año.
Y así entre humillación y humillación uno va creciendo, hasta que llegó el peor momento de mi vida: El otro día cuando tuve un gatillazo. Fue un momento terrible que espero que no vuelva a repetirse. Los pedazos de mi autoestima aún salen cuando barro.
Todos los hombres somos conscientes de que las mujeres nos someten a un examen continuo. Un profundo análisis de nuestras habilidades como amantes donde tomarán nota de cualquier defecto que tengamos. Minuciosa investigación de artes amatorias donde esperan con ansia un desliz en la forma o en el fondo. Y todo para poder reunirse junto con más representantes del género y poner a parir a sus exnovios: que si tal era eyaculador precoz, que si cual besaba con demasiada lengua, que si el otro sudaba demasiado.... Una perfecta disección con saña de la coyunda.
Pues allí estaba yo el día de marras, acometiendo el coito, sin poder dejar de pensar en el sibilino estudio del que estaba siendo objeto, imaginando a futuras novias tomando nota y a familiares y amigas suyas reunidas comentando la jugada tomando un té, mientras yo me esforzaba y trataba de consumar el acto con precisión milimétrica. Casi podía escuchar los lápices garabatear en la libretita.
Fue inevitable, tanta presión me pudo y mi instrumento falló. Suerte que esa vez también estaba haciendo el amor conmigo mismo.
Sin duda un momento terrible. Nunca creí que pasaría pero esto superó incluso al momento de mi muerte, cuando me bajé del caballo y me bañé sin quitarme la armadura. Irremediablemente me ahogué.