viernes, 22 de agosto de 2008

Amigo Freedy



Yo siempre tuve un ídolo. El único y verdadero. El cantante de los Queen, Fredy Mercury.
Ya desde pequeño era en un autentico fanboy de Fredy y me emociono con el desde mi tiempos en el útero materno. Cuando todavía vivía pegado a una placenta las vibraciones procedentes del enjuto y bigotudo artista llegaban hasta mi desde el exterior a través del ombligo, vibrando por el cordón umbilical y deslizándose hasta mi a través del líquido amniótico que me rodeaba en forma de ondas, y acompañando al sustento materno despertaban en mi un estímulo que hacía que golpease las paredes estomacales al ritmo de la batería de Roger Taylor. No sabía muy bien que era ni de donde venia, pero ya en mi frágil conciencia uterina sabia que ese ruido experimental de la época molaba. Y tanto me molaba que de ahí mi precocidad para hablar. A mi no me interesaban ni legos ni mecanos. Yo solo quería aprender a hablar para poder cantar acompañando a Fredy y entonar sus himnos con mi voz de plañidera. Esta singular admiración no fue nunca comprendida por mi entorno, que no veía con buenos ojos mi fascinación por un tipo que iba en mallas sin ser ciclista y confundían una sincera admiración fraternal con una equivocada pulsión sexual. Este rechazo evidente hacia mis pasiones musicales tuvo gran parte de la culpa de las dificultades vividas durante mi etapa adolescente. Para poder disfrutar de un inocente concierto como el “Live at Wembley” tenia que urdir argucias y engaños, como fingir que me levantaba los viernes por la noche a ver el porno codificado de canal +, cuando en realidad lo que ponía era uno de esos conciertos para insomnes que ponían en La 2 a altas horas de la madrugada grabado en un VHS que astutamente tenía etiquetado con el título de la película “Yo, el halcón”, para así disimular y no generar el rechazo de mis familiares más cercanos. Según los cánones establecidos por el criterio de la sociedad de la época, cuyo marco principal creo que fue establecido en simposio por las vecinas de mi escalera, yo debía admirar a tipos como Emilio Butragueño o Fernando Romay. Otra incongruencia homófoba que nunca entendí, puesto que si era considerado raro admirar a un tipo que cantaba con mallas bajo mi punto de vista era más raro todavía hacer lo propio con un señor en pantalones cortos. Pero a mí en realidad el deporte es que me la sudaba. ¿Qué mérito tenía darle patadas a un balón? Fredy hacía arte. We are de champions, Bohemian Rapsody, La cagaste Bruce Lancaster , y esta no es suya pero debería. Auténticas tonadas legendarias.
Un día crecí, y mi devoción continúo siendo impertérrita al paso de las hojas del almanaque, aumentando exponencialmente a la publicación de nuevos álbums hasta que un fatídico día falleció, dejándonos huérfanos a su legión de fans que aún continuamos alimentándonos del mito con oportunos recopilatorios, conciertos inéditos y ediciones especiales de un mismo disco.

Si, soy un fan. Tan fan que tengo su discografía, su merchandising y soy la primera persona del mundo a la que se le ha realizado con éxito un trasplante de bigote.