martes, 18 de noviembre de 2008

Los sabios consejos de tito Caronte vol.I


Que no se te ocurra.
Jamás lo hagas.
Nunca.
Y repito, nunca...

...te tires un pedo mientras te practican el sexo oral.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Mi bar



Existe un privilegio universal obviado por los gobiernos de las naciones que no es recogido ni por la constitución, ni por la carta de las naciones unidas, ni por amnistía internacional. Se trata del derecho inalienable a elegir y tener un bar de cabecera. Todos lo granaínos tenemos uno. Todo el mundo debería tener uno. Un bar de Moe particular, un lugar donde ir si todos los planes te fallan, un vórtice hexagonal para viajar en el tiempo donde las horas transcurran como minutos y se encuentre una mirada caleidoscópica de la vida. En definitiva, un sitio donde mandar al cuerno la charada de lo cotidiano. En la historia real cuando Superman se deprimía no huía a la fortaleza de la soledad, sino que bajaba al bar de la esquina. En mi caso en concreto se trataba de un antro que se me recordaba a la cantina de Mos Eisley. Era un cubil oscuro escondido en calle Elvira por el que desfilábamos todo tipo de criaturas extravagantes de pituitarias sensibles. Piara de desconocidos que formábamos una gran familia de 11 a 3. Entra sus paredes se reunía un bestiario particular en invierno y verano en que cabía todo, desde el mercenario que se vende al mejor postor (o mejor birra) hasta el morador de las arenas que vivía acechando hasta que apareciese alguna fémina y ¡Zas! atacarle la oreja sin compasión.
El garito no era distinguido, ni destacaba por su elegancia, y mucho menos por la galería de exuberantes hembras que lo visitaban, pero significaba un noctámbulo reducto de fraternidad entre alumbrados. Aunque se tratara de la más fría noche invernal allí siempre encontrabas el calor de una caña servida por un licenciado en la psicología de detrás de la barra y escoltada por un buen tema de los Radiohead, los Cure o que se yo. Noches que a la mañana siguiente recordabas de color carmín añejo y olor a levadura.
Un buen zumo de cebada, una absurda conversación, un exquisito hilo musical y una colección de perturbadas conclusiones no tienen precio. O si, un euro y 50 céntimos.
Y es por eso que os aliento a que os reveléis, a que reivindiquéis este derecho, a que se os conmueva el alma y os manifestéis. Gritad conmigo “¡Queremos un bar de cabecera! ¡Necesitamos un bar de cabecera!”