domingo, 12 de junio de 2011

La chica de antimateria.


Cuando la conocí no sabía donde me metía. Una chica que se presentaba desnuda y con fotos de animales, como una novela inconclusa que supera al autor. Y es que ella era especial en el peor de los sentidos de la frase. Una chica que no es como las demás, y no es que tire del manual de tópicos de cuando se está enamorado y de su discutible percepción. Mi percepción está dentro de la normalidad, y ella era literalmente especial porque estaba hecha de antimateria. Pura energía negativa que para no extinguirse consume grandes cantidades de energía de los que tienen a su alrededor. Un agujero negro de 1,63 con sensuales labios y ojos que nunca están tristes. Con ella los problemas van más allá de simples discusiones, una chica con la que la frase “me dejas sin fuerza” nunca tuvo tanto sentido. Pese a todo ello, era encantadora. Llegué a aprenderme los lunares de su cuerpo, y disfrutábamos contando muñecos de nieve. La vida a su lado era deliciosa y rica en matices, siempre y cuando no te importase desaparecer.
Ese día que la conocí hablábamos durante horas, juntando la noche con el día y el día con la noche. Nos contamos sobre nuestro pasado, desventuras y desamores, y me aseguraba a su pesar había tenido muchas parejas y le duraban poco. Yo pensaba que era como yo, un desastre en las relaciones y que se movía por la vida en pareja de manera torpe y con los hombros encogidos, pero lo que no me imaginaba es que esa efímera duración era porque estaban abocados a apagarse junto a ella.
Mis relaciones no suelen acabar bien, pero normalmente solo me rompen el corazón. En esta ocasión además necesito un trasplante de aura.

miércoles, 1 de junio de 2011

Cuando hagas el amor deja un diccionario en tu mesilla de noche.


Yacía sobre aquella mujer cercano a la medianoche. 1,67 de sureña sensualidad. Ella insultantemente hermosa, yo solo en la noche, y casi sin quererlo se convirtió en una cómplice de pasajes imaginarios en el encuentro del afecto de dos corazones con mil derrotas. Extraña eventualidad que une dos cuerpos desnudos, una danza de hormonas a ritmo endiablado, y cuando con un regocijo eléctrico se haya en vísperas del orgasmo, con aspavientos grita:
-¡Dime guarrerías!
Me paro en seco, contengo multitudes, hago el silencio, y tras unos incómodos segundos solo acierto a decirle de forma vacilante:
-Moco, vómito, basura…
Creo que no apuntó bien mi teléfono. Nunca más me volvió a llamar.