domingo, 15 de abril de 2012

El particular rincón de pensar

-Lo siento, pero no os la puedo dar. No lo toméis como algo personal, son convicciones morales. -Pero por favor, no le cuesta ningún trabajo… -Lo siento, de verdad, no me veáis como una criatura amargada de gusto acre. Son unos principios, y ojalá pudiera olvidarlos, y aunque no lo creáis os acompaña mi sentimiento de condescendencia. -De nuevo se lo pido. No se imagina lo que puede representar para nosotros. -Soy consciente de vuestro drama, pero no puedo ser testigo de tal desapego. Tenéis que asumir la responsabilidad de vuestros actos, porque no todo es un terreno fértil para el amor y el entusiasmo sin un efecto a tan desenfrenada causa. Sería un ser de una mezquindad detestable si pensara así y os la diera. Os digo que lo siento una vez más. La pareja se levantó y abandonó la sala cabizbajos. -¿Y ahora qué podemos hacer? Este tipo ha pasado de nosotros. Mamón… - resopló él -Pues tal vez tenga razón… - pensó ella en voz alta- -¿Cómo? Pero ¿estás loca? -Tal vez tengamos que asumir las consecuencias de nuestros actos, y aunque las interrogaciones son vertiginosas, cargar con el peso de nuestra mala cabeza. El peso de unas contagiadas convicciones morales. -¡Madre mía! ¡Ahora la confusión es absoluta! Tal vez vuestro pensamiento tenga una mínima justificación. Ya no sé lo que está bien o está mal, pero si sé que continuar sería una manera muy durar de pagar los pecados. -Los pagaremos. Juntos. La existencia entera. A lo mejor esto es un don maravilloso, una demostración de amor que se materializa. Él suspiró y calló. El tiempo pasó y ese niño nació. Creció y fue criado con entusiasmo y devoción en el marco de esas convicciones morales que le permitieron nacer a pesar de la desesperación e ingenuidad nostálgica, gracias al apoyo de un amor entusiasta y desinteresado. Hasta que la fatalidad le transformó, con fatales consecuencias y dejándolo en vísperas de un hundimiento inminente. La atracción oscura que lleva a la degradación convirtiéndose en la agonía de, paradójicamente, un tipo exento de convicciones morales. Tan oscuras que no reciclaba y, además, decía “amoto” y “haiga”.