jueves, 7 de mayo de 2009

Entra en acción el socorrido recurso del espacio-tiempo


Estoy nervioso como un chiquillo el día de Reyes. Apenas he dormido. Y es que mañana se estrena la nueva película de Star Trek. Una precuela de la saga galáctica dirigida por el creador de “Perdidos”. Un evento que me produce priapismo. No es nada patológico, simplemente son cosas normales en la vida de un friki.
Antes estos compartimientos se ocultaban, pero ya ha llegado la normalización al sector. Hoy ser friki es un valor en alza. Incluso en Zara venden camisetas de superhéroes que los pringaos compran sin saber siquiera que es un “Rondador Nocturno”.
Y es que a pesar de que los frikis llevamos poblando el planeta desde el comienzo de los tiempos hemos vivido entre las sombras, avergonzados de nuestra condición, soportando toda clase de clichés mientas tratábamos de disimular nuestras aficiones.
Hemos soportado etiquetas como la de ser tipos feos, gordos, con barba, albinos y sin novia. Yo apuesto por algún tipo de conspiración judio-masónica-marxista. Hay que decir que esas cosas no son ciertas. Por lo menos lo referente a tener novia. De hecho incluso yo una vez tuve una. Era una chica a la que siempre le habían gustado los tipos normales, hasta que me conoció y se enamoró de mí. Sin embargo la cosa no funcionó. Al principio le costó adaptarse a tener que llamar a los muñequitos “figuras de acción” o a no confundir los planetas de la guerra de las galaxias, pero poco a poco y con voluntad se fue integrando en nuestro particular mundo paralelo (que a su vez forma parte del multiverso). Incluso acabó accediendo a cumplir mis más oscuras perversiones disfrazándose de Elektra, la princesa Leia o Catwoman. Y además de la de Michel Pheiffer, no ese horrible engendro de Pitof.
Eran tiempos en los que pensaba que el amor podía con todo, y en el mayor de mis logros conseguí que viese la saga de “Alien”. Las 4 del tirón. Porque así somos lo frikis, y queremos compartir las maravillas del mundo con nuestros seres queridos. Pero un maratón de babas intergácticas fue demasiado para ella. O eso me dijo, aunque yo sigo echándole la culpa a la actuación de Wynona Ryder.
La chica comenzó a salir con tipos “normales”. Gente vulgar que no hablaban de magia ni superpoderes, y que la llevaban al cine sin disfrazarse para el estreno. Y quizás en algún momento disfrutó, pero al tiempo se dio cuenta que no era lo mismo, y añoraba tener a un friki al que amar. Tenía un hueco en el corazón para un pequeño Mowai, para un Ewok zalamero, para un pikachu al que abrazar. Se atormentó y en los bares ya no le preguntaba a los chicos “¿Estudias o trabajas?”, sino “¿Star Wars o Star Trek?”. Para los cumpleaños regalaba la edición especial de “Posesión Infernal”. Se aprendía los diálogos de Los goonies. Su metal favorito ahora es el adamantium.
Estar con un friki cambió su vida, y se de buena tinta que ahora la pobre muchacha ronda por las Comics Con en busca de un friki al que querer mientras mantiene una perfecta adicción a las drogas blandas.

Adictivo como la póción mágica de Panoramix, adorable como el Gremlin bueno, peligrosos como John Rambo con un mal día. Así es enamorarse de un friki (Aunque no necesariamente en ese orden)

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