domingo, 22 de febrero de 2009

Be water, my friend



Justo después de tener una demencia existencialista sobre el paso del tiempo llega un colega y te dice “Tio, me voy a Londres a currar”. Y entonces no solo te deja cara de Jim Carrey, sino que derrumba tus teorías y lamentaciones.
-“¿Tu estás seguro? Inglaterra es un sitio raro. Juegan al tenis sobre hierba, comen pastel de riñones y beben cerveza tibia.”
- “Si, estoy seguro”
Y con ojos de hipermétrope te das cuenta de que el rol de psiconalísta argentino llorica que trata de autoconvencerse de ser un peregrino con síndrome de Peter Pan se puede resumir en una sola palabra: cinismo. Siempre me he regodeado en un cinismo molón que ni el House ese del bastón, presumiendo de aversiones y fobias varias, hasta que llega un mamonazo que te devuelve a la realidad de un sopapo y ya no hay DeLorean que valga. Si acaso el Ford Focus con el voy a trabajar. Y es que mi colega demuestra que es un tipo decidido, que no le tiene miedo a humedad ni a los autobuses rojos. Que quiere hacer chilenas a la orilla del Támesis. Y yo aquí más pasado de moda que una Superpop del 86. Pero yo tengo excusa. A mí con la humedad se me riza el pelo.
Siempre pinto mi existencia de fatalista, pero a lo mejor debería pintarla de comodona. ¿Para que molestarme en adaptarme a otra cultura otro clima o a mirar a la derecha para cruzar la calle? Además aprendería inglés y a lo mejor cuando sepa que dicen las canciones que me gustan me parecen un fraude. Pero a mi colega el alma inquieta no le importa todo eso. Está decidido y se va. El canalla no nos ha preguntado, ni tan siquiera ha tenido en cuenta nuestros sentimientos. No se imagina lo complicado que es hoy día encontrar colegas que entiendan chistes sobre congelarse en Carbonita o la presunta homosexualidad de Batman & Robin, y que te presten discos de los Radiohead. Y ya si son buena gente ni te cuento. Que egoísta. Solo piensa en el mismo. Egoísta pero valiente. Valiente por atreverse a realizar sus sueños. Quizás yo también tendría sueños si no estuviera tan ocupado en conspirar contra el sistema. El dice que son ciclos. Pero yo los únicos ciclos de la vida que conozco son los menstruales. Y también me preocupan, sobre todo cuando se alteran.
En el fondo se que no lo puedo culpar, que estaba predestinado. De pequeños, mientras que los demás correteábamos por el patio del colegio haciendo “Ondas Vitales”, el decía que quería ser el quinto Beatle. Y ya de mayores, cuando los demás correteábamos por los bares detrás de las chicas, el seguía diciendo que quería ser el quinto Beatle.
Pero habrá que ver el lado positivo. Según el decálogo del buen cara dura hay que tener amigos en el extranjero a los que gorronearle cobijo y vitualla. Y yo ya hace tiempo que tengo ganas de visitar el cuartel general del MI6.

sábado, 14 de febrero de 2009

El reloj que andaba hacia atrás


El paso del tiempo me preocupa. Pero no es de ahora. Ya desde pequeño he tenido una excéntrica obsesión con el paso del tiempo. Cuando la profesora preguntaba en el parvulario que es lo que queríamos ser de mayor, la sala se llenaba con el estruendo de un puñado de infantes histéricos que vociferaban excitados típicas profesiones: “policía, bombero, enfermera, futbolista, superhéroe”. Yo sin embargo permanecía callado. Absorto en mis pensamientos y con la mirada perdida, visualizando un DeLorean.
-“¿y tu Caronte? ¿No dices nada? ¿Se te ha comido la lengua el gato?”
Ni decía nada, ni se me había comido la lengua el gato. Solo pensaba en que de mayor quería ser como el Dr. Elmer E. Brown. El genio que no le temía al almanaque. Poder sujetar un reloj que se cae. Hacer un parpadeo infinito. Ganarle el pulso a Cronos. Todo era posible para el loco de pelo gris. Pero ni yo tengo el pelo gris, ni tengo un DeLorean, ni me he convertido en el Dr. Elmer E. Brown. Y más de 20 años después sigo sin haber inventado un condensador de fluzo, y lo más cerca que he estado de viajar en el tiempo ha sido en los atascos. Teletransportado por la introspección analítica propiciada por el hastío del confinamiento en un vehículo varado y el flujo de C02 que se desliza por las rendijas del salpicadero. Y es entonces cuando mi cuerpo se queda y mi cabeza se marcha, mientras las leyes del tiempo y el espacio importan un carajo ¡Chúpate esa, Einstein! Pero poco dura. Porque es seguro que un mamón y su bocina te devuelve a la realidad. Máxima universal. Toca esperar. Ya llegará otro atasco para realizar otro lisérgico viaje en el tiempo. Y para eso hemos quedado. Me he convertido en un tipo aburrido que para cumplir su sueño necesita de letales inhalaciones de gas tóxico ensardinado en un utilitario. Antes tenía un sueño, y ahora se está convirtiendo en pesadilla. Lo peor es que me sigue preocupando el tiempo.
Y por mas que lo intento no he sido capaz de hallar el modo. Ni tan siquiera de casualidad o de forma equivocada, y ya me resigno a que si lo hago será de esa manera porque mis pensamientos son rastreros y atropellados, y los caminos que siguen acaban desembocando en un perro que se muerde el rabo o en el acto de la concepción. Mi apatía neuronal me condena a envejecer como todo en mundo.
Y me sigue preocupando el tiempo. Y aquí estoy, con lo más parecido que he conseguido a controlar el tiempo. Acabar como empecé.