martes, 3 de agosto de 2010

Conclusiones grimosas tras una final mundialista: días de sudor y cerveza


Me gustan mis amigos. Por favor, no me malinterpreten buscando un trasfondo homo erótico en mis palabras. Simplemente me refiero a que un hombre necesita de vez en cuando la compañía de otros varones. Compartir de manera sana una serie de momentos de evasión masculina por el bien de la salud mental. Está claro que el olor, el tacto y el sabor de una dama jamás será lo mismo que el de un salón lleno de machos oliendo a rancio, pero hay momentos en los que un hombre necesita quedar con sus amigos, para ver un partido de fútbol o para jugar una buena partida de póquer. El olor a puro en el ambiente y unos wiskys en la mesa mientras desplumas a tu compadre, de lo mejor que se encuentra a este lado de la vía láctea. El ritual dominical de partido con cervezas y ganchitos mientras se comenta la jugada. La jugada de la noche anterior, claro está. Todo un homenaje a las travesuras de fin de semana.
Así, cuando se aproxima un acontecimiento que requiere de testosterona, tómese como ejemplo la final de un Mundial y el estreno de una baraja de póquer, cojo el teléfono y llamo a los colegas.
Estos a su vez se dividen en dos subcategorías: solteros y casados.

Los solteros se encuentran todos saliendo con alguna muchacha, bien en la primera cita o en el momento incipiente de la relación. A efectos es lo mismo. No pueden acudir porque se deben a la chica, ya sea para asegurar el éxito costal esa noche o para impresionarla y repetir cita. En cualquier caso se puede decir que anteponen unas pelotas a otras.
Los solteros eran mi mejor baza.

Los casados por su parte se encuentran atados de maneras muy distintas. Bien por esa criatura vomitona que huele, bien por esa suegra con la misma cara de Jabba el Hutt, capaz de devorar asados a velocidad sobrehumana mientras critica a su yerno por no ser tan bueno para su hija como el elegido por ella para el arreglo matrimonial. Casualidades de la vida, esa noche que les llamas deben comprar agua embotellada o elegir cortinas. O peor aún han olvidado compulsar la fotocopia que han de entregar junto al resto de papeles para que sus señoras les den permiso. Si sus mujeres cogen el teléfono asegurarán que sus maridos prefieren tender una lavadora antes que ver un partido en mi pantalla de 42´´. Una terrible indisposición que nada tiene que ver el póquer afectará de repente a su mujer.
Es por eso que en vista de la predisposición no me queda más remedio que tirar de agenda y comenzar a llamar a una serie de señoritas

-¿Ana? ¿Qué tal? ¿Por qué no te vienes a mi casa? Y tráete amigas…si, si, ya verás…

Y así, una a una, comienzan a desfilar esbeltas damas por mi salita de estar, mientras toman asiento con cara de perplejidad, debiéndose esa cara probablemente a que esperaban disfrutar de una noche de sexo animal. No las culpo, conocen mis perversiones. Es más, entiendo que se sintieran ofendidas por mi nulo interés en sus tangas. Pero reconozcámoslo, no solo de folleteo vive el hombre.

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