martes, 17 de agosto de 2010

El principio de incertidumbre en el flechazo.


Desde pequeño he tenido un serio problema de atracción que me ha marginado, atracción sexual se entiende, no de atracción de feria, aunque alguna mujer me haya catalogada de ello. Varios entendidos en la materia lo han calificado como una nueva filia dentro de las perversiones sexuales aún sin bautizar. Han sido horas de frustraciones y lágrimas maternales, a la vez que cientos de dólares invertidos en psicoanalistas. Hay a quién le gustan solo las morenas, las bajitas o en un sentido más retorcido solo las mujeres de otra raza. Yo en mi caso siempre he sufrido una atracción patológica por las chicas gafapasta. Toda mi vida enamorado de Björks, Nawjas Nimri e Isabeles Coixet. Vergüenza y miradas juiciosas mientras le pedía a mi kioskero una revista de tendencias, erecciones pudorosas en la FNAC de la zona.
Una enfermedad como otra cualquiera que me afecta a mí, un tipo de toda la vida de chupa de cuero, melena, comer con las manos, fan de Ortega y Pacheco y de muchos vicios. Pero por más que quisiera no puedo evitarlo. Pierdo el culo por chicas que usan palabras como “prosopopeya”, “desarmonía” o “inefable”. Me gusta penetrarlas mientas gritan “¡Inconmensurable!” Un incomprendido que vaga por clubs de lectura buscando hembras ebrias de falso elitismo y dogmas geométricos.
Para seducirlas no he tenido más remedio que introducirme en su mundo. Asistir a pases de películas de algún cretino danés, escribir en el Messenger con gris o aprenderme el dial de Radio 3 en cincos ciudades distintas. A una de ellas le tuve que prometer que Tom Yorke tocaría en nuestra boda. Solo pude conseguir al bajista malo de los Metallica. Fue el divorcio más rápido de la historia.
Las citas con este tipo de chicas son jodidas: pocas palabras, muchas miradas, ritmo lento y a veces son en blanco y negro. Y siempre en un Starbucks, claro. Una vez que consigo seducirlas y llevármelas a mi casa el coito se llena de parafernalia y efectismo. Completa obsesión por la adaptación. Ellas no dejan de buscar los subtítulos. A la mañana siguiente me encuentro sucio. No importa, un zumo de naranja y me siento mejor persona.
Ellas solo se enamoran de tipos que usan converse. Pies planos y cerebros cóncavos. Si se fijan en mi es porque les gustan los playmobil, y yo tengo un peinado a lo playmobil que me hace mi madre. Treintañeras liberadas con perversiones con muñecos articulados.

La vida no es fácil. Podrían gustarme las eslovacas, otros hombres o incluso los animales, pero sin embargo no puedo resistirme a los jerseys de lana, los pañuelos, y por supuesto a las gafas de pasta.

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