viernes, 9 de julio de 2010

El vaso está medio vacío, pero seguro que ya se lo han bebido.


Hoy es uno de esos días en los que todo se torna en pesimismo. Ese día en el que las ideas se acuestan sin condón con Ian Curtis y el director de fotografía decide que tu vida sea en blanco y negro. Días en los que el alma se da la vuelta y te preguntas para que escribir o para que hablar si ser misántropo es una cosa que no se elige.
Llamo por teléfono. Salta el maldito contestador. Un mensaje pregrabado. Suspiro resignado…
Te levantas y a tu lado otra desconocida. Un pecho de tamaño absurdo asoma entre las sábanas. ¿Luz o coño? Una mañana más con una ridícula elección. Mirar como el reloj cambia los dígitos me parece más divertido.
Vuelvo a llamar. De nuevo el contestador. Odio la voz mecánica de la operadora telefónica.
Un periódico en la mesa con una mancha de café. Es de hace dos días, pero bien podría ser de hoy, con las mismas noticias de siempre formando un bucle desalentador. No me gusta ninguna y el crucigrama lo han hecho. Soy como el nadador de la piscina vacía.
Un suspiro con la media de Leonor Waitling alrededor del cuello.
Insisto. Ahora comunica. Me exaspero…
Mi mente trata de huir, pero esta vez la he cogido a tiempo. Ya lo intentó una vez. Aprovechó que abrazaba al viento y corrió. Se montó en un coche blanco y se alejó mientras yo solo podía señalarla con el dedo, sin articular palabra, sin hacer nada, hasta que un poste en erección se cruzó en su camino.
Una nueva llamada. Una indeferencia conocida.
En estos días mi humor es como un bisturí. Como un bisturí con la punta roma y sucia que corta carne dirigido por la mano de un viejo sátrapa. Las canciones de la radio te suenan a Bahaus. La voz de la vecina te suena a Bahaus. El trino de los pájaros te suena a Bahaus.
Vuelvo a llamar. No obtengo respuesta, vaya novedad.

¡¿Por qué La Muerte nunca me coge el teléfono?!

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