viernes, 4 de diciembre de 2009

Él también escucha a Chris de Burgh


Por fin es viernes. El fin de semana abre su puerta y me convida a pasar. Aunque lo cierto es que no se a que se debe tanta excitación, cuando más bien debería darme lo mismo. Últimamente creo vivir en un vórtice de desidia que me arrastra. Cada día languidezco en el sofá sin ser conciente de que se me escapa la juventud.
En realidad si soy consciente de tal afirmación, simplemente la ignoro.
Sondeo las posibilidades, cuantifico las salidas, pero mi probable elección será ir al cine a ver cualquier película cutre. Lo de las películas cutres es algún tipo de tara congénita que ni yo mismo alcanzo a comprender. Autoflagelación cinematográfica. Fascinación por lo mediocre de procedencia desconocida. Quizás sea cosa genética, pero nadie en mi familia reconoce poseer tal disfunción. Algo no debe andar bien por mi cabeza cuando se positivamente el resultado de este tipo de suicidio pasivo: maldiciones a la salida del cine, úlcera duodenal causada por la pareja trituradora de palomitas de la fila de atrás, 6 euros menos en el bolsillo. Cualquier profesional de la salud mental me obligaría a abandonar ese tipo de actitudes autodestructivas y me aconsejaría algo tan sencillo como un paseo por el parque. Me convenzo a mi mismo que debo salir, uso la sugestión, pero fuera está mi archienemigo: el invierno.
Un frente que entró por el Norte ha bajado las temperaturas, y con esa gripe de procedencia cochina rondando por ahí no es sensato salir a la calle sin cobijo, así que busco en mi cubil de hombre bestia un abrigo, chaqueta, pelliza o similar, pero entre tanto desorden es más probable que aparezca antes la Cruz del Coronado debajo de mi cama o un cadáver dentro del armario. Debería ordenar esto más a menudo. O directamente incinerar la habitación. Solo sufriría por mis pobres pelusas, Tango & Cash, amigas entrañables que han estado conmigo en lo bueno y en lo malo. Comenzaron siendo unas simples escamas de piel pero han crecido como unas campeonas. Cuando limpie esto quizás las de en adopción. Entre mimos y caricias a mis juguetonas amigas, justo al lado de mi ojo de cristal, encuentro una chaqueta de pana marrón con coderas, clásica a la par que atrevida.
Ya no tengo excusa para salir de las tinieblas y regresar al verdadero plano de la realidad, pero justo cuando abro la puerta ¡Demonios! ¡Llueve!
….
Me planto en el marco de la puerta, suspiro por lo cerca que he estado y decido volver al redil. Demasiado esfuerzo para una misma ocasión. Creo que aún el sofá conserva mi forma corpórea.
Tendido sobre el costado derecho soy el auténtico caballero de la triste figura, que orgulloso por haber estado tan próximo a su objetivo se relame con un zumo de cebada y una bolsa de ganchitos, mientras que una placa de colesterol en la cava ríe como una pérfida y crece lentamente, preparando su aparición estelar para dentro de unos años queriendo ser la auténtica protagonista de mi epitafio.

3 comentarios:

confin dijo...

todavía nos quedan muchas tardes con Chris. Qué hit el suyo. yo lo acompaño más con cortezas de cerdo q con ganchitos. siempre con cebada, claro.

creo q te he visto lucir esas coderas.

Sulfamidas Smith dijo...

Cortezas, cebada y Chris. Pura poesía amigo, pura poesía.

Anónimo dijo...

lo que yo queria, gracias