lunes, 19 de mayo de 2008

Manías


Lo reconozco. Siempre he sido un poco maniático. Siempre he tenido problemas de adaptación con ese tipo de cosas cotidianas que para la gente corriente pasan inadvertidas pero que a mi se me enquistan en el encéfalo tortuosamente, ronroneándome en el subconsciente de forma malsana. Estoy condenado a ritualizar mi vida diaria. Esas pequeñas cosas, como la temperatura de los líquidos o el hecho de ver un armario abierto. No las soporto. Es superior a mis fuerzas. Si me encontrase en una habitación del tamaño del palacio de Carlos V repleta de chicas en bikini y hubiera un armario abierto, mi atención se centraría solo y exclusivamente en el armario, alienado por los señores del Ikea. No, esto no es homosexualidad, es un serio problema. Puestos a elegir me podía haber dado por la ninfomanía. Pero no es así, y mi calidad de vida se ve maltrecha de forma considerable. Mi psicoanalista dice que este trastorno es muy común y que debo aprender a dominarlo relajándome y no dejándome absorber por mi interpretación de las cosas, eliminando la carga de dramatismo que les aporto. Claro, eso muy fácil de decir para un tipo que cobra 70 euros por estar escuchando durante media hora las tonterías de un chalado en un diván. Eso si, por lo menos el diván es mullidito, solo que es de sky y en verano se pega uno. Con estas locuras muero poco a poco, como Pat Garrett, pero sin disparar a un espejo.
Y el caso es que pensándolo mucho he llegado a la conclusión de que en realidad las manías son culpa mía. Que son todo un producto de mi subconsciente. Son comedias ectoplásmicas que se engendran en las profundidades de mi cerebro por un aumento de noradrenalina inducido por mi mismo, para así tener una excusa para visitar al psicoanalista. Porque visitar al psicoanalista es una de las cosas mas divertidas que se pueden hacer hoy día, al menos con los pantalones puestos. Un diván cómodo, una charla agradable, un señor con barba freudiana y la aspiración de ser el nuevo Paul Lorenz. Que más se puede pedir. Un señor que en un momento de inspiración suprime tus pulsiones y reduce tu libido con un perfecto método introspectivo. Todo por unos módicos 70 euros.
Eso si, yo sigo sin poder ver un armario abierto

1 comentario:

tequila dijo...

A mi me pasa con todo tipo de puertas, antes de acostarme...
saludos