domingo, 4 de mayo de 2008

Icaro



¿Alguna vez te has sentido como Icaro? ¿Has sentido esa sensación de que se te derriten las alas, de que justo cuando estas a punto de tocar el sol se deshace la cera, de verte a ti mismo caer mientras el brillo se aleja? Yo si. Justo ayer. En el bar. Como siempre por culpa de una mujer.
Era todavía temprano y yo estaba solo en la barra, tomándome una cerveza fría mientras ponía en orden mis pensamientos, ensimismado, pensando en cuando los bares eran lugares clandestinos, cuando de repente apareció ella. La puerta se abrió y entre el humo apareció, subida en unos tacones negros y con un bolso de mano. Brillante, resplandeciente, tan incandescente como Rita Hayworth en “Gilda”. De manera elegante se sentó en el taburete, justo en frente mía y con un sutil gesto llamó al camarero, que inmediatamente le sirvió una piña colada. Bebía de forma discreta, a pequeños sorbos, manchando de carmín rojo el borde del vaso haciéndome sentir envidia de ese pedazo de cristal mientras, de forma distraída pero consciente de su poder de seducción, se mesaba el cabello. Yo no podía dejar de mirarla, me tenía hipnotizado, y lo peor de todo es que ella lo sabía. Era cuestión de tiempo que comenzara entre nosotros un intercambio de furtivas miradas por encima de la barra, como si de un íntimo juego de estrategia se tratara, meditando cada movimiento, sopesando cada jugada. El duelo comenzó con un lanza y esquiva, hasta que ella tuvo un desliz y a causa de un movimiento mal calculado nuestras miradas se cruzaron durante unas décimas de segundo, ínfima porción de tiempo que más bien se asemejó a la guerra de los 100 años. Rápidamente aparto los ojos y esa victoria en el primer envite me llenó de moral. A sabiendas de su desliz no le quedó más remedio que sonreírme, con la cabeza baja, con la mirada tímida. ¡Dios! ¡Con esa mirada me ganó por goleada! Esa sonrisa desprendía una luz que parecía robada de un cuadro de William Turner.
Creyendo que la victoria final sería mia hice acopio de fuerzas, di el trago definitivo a la jarra y con el pecho como un palomo me dirigí hacia ella. Ahora no recuerdo si fue exactamente así o era mi excitada imaginación, pero yo juraría que al comenzar a andar el Dj me brindó el tema “Eye of the tigre”
Dispuesto, recio, categórico, imparable…hasta que cuando un escaso metro me separaba de ella un Madelman tamaño King size apareció de la nada y con un sonoro beso marcó tajantemente su territorio.
Completamente derrotado me retiré al descanso del guerrero y recuperé mi sitio en la barra aún caliente, pensando en lo que podía haber sido y no fue, lamiéndome las heridas de la derrota y obteniendo únicamente esta mierda de historia. FIN

2 comentarios:

tequila dijo...

bueno ya sabes que no es oro todo lo que reluce.Algo no marchaba bien si ella entró en el jugueteo.

yo tb me he sentido como Icaro, pero nunca por un hombre.
saludos

confin dijo...

Un parpadeo puede ser la guerra de los 100 años!!!Conozco bien esos derroteros.