jueves, 27 de marzo de 2008

Peces de colores



Hubo un tiempo en el que en mi casa había una pecera. Una pequeña pecera en la que convivían dos pequeños peces de colores, que se dedicaban a nadar y nadar, de forma ordenada y correcta en un proceso de migración minimalista, y en el que a pesar de lo angosto de la pecera, no se estorbaban.
Me gustaba sentarme y mirarlos durante horas. El poder de su natación era hipnótico. Podría pasarme el día entero sentado frente a la pecera mirando embobado el movimiento translatorio de los peces sin cansarme. ¿Por qué siempre las cosas más bobas son las más magnéticas?
Pero no siempre hubo peces en mi casa. Antes hubo un tiempo en el que tenía una novia. También la miraba y me entretenía, pero no tanto como los peces. Así que un día cansado de mirarla, decidí cambiarla por dos peces de colores. Salí ganando en el cambio. Los peces también me entretienen con su rutina pero no me increpan por dejar la tapa del baño levantada. Y es curioso que cambiase una fémina por un animal que carece de palabra para denominar el género femenino.
Gracias a ese cambio descubrí mi fascinación por los peces, pero no como animal en si, sino como figuras, elementos sumergidos sujetos a un espacio circunscrito que nunca llegan a tocar el vidrio. Quizás me identifique con ellos.
Y es que aunque parezca que no, yo soy como ellos, salvo por lo de los ojos estereoscópicos claro. Atolondrado, rutinario, divago sin estorbarme con otros peces…Pero yo si toco el vidrio. Es mas, yo siempre acabo dándome de bruces con el vidrio.

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