miércoles, 1 de agosto de 2007

PASEANDO

El beduino desfila por la sinuosa orilla con el atardecer sobre el agua y el silencio sobre sus hombros, de forma lánguida, arrastrando los pies a su paso, dejando surcos que mancillan la arena y que enojan al mar, que trata de borrarlos en desesperados intentos sin llegar a conseguirlo, gruñendo, protestando, maldiciendo al extraño. Cautivo de su rítmico avance baja la mirada, absorto en sus pasos y en las figuras que forman sus pies y que repentinamente desaparecen mientras se contonea a merced de la tramontana, abducido por la parte de masa encefálica que controla el movimiento y que le obliga a continuar con la oscilación pendular sin ser demasiado consciente de por qué, cuándo o cómo, arrastrado por el impulso cinético que se ha adueñado de él. Caprichoso acto descendiente del subconsciente que se perpetúa durante toda una tarde de verano sin ningún fin convincente salvo satisfacer un antojo subliminal o continuar las atávicas costumbres de nuestros penitentes antepasados.

En ese momento toca la piedra y vuelve…

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