lunes, 7 de febrero de 2011

¿Me estás llamando gallina?


Anoche me llamó Ridley Scott. Quiere que le ayude con su nueva película, que después del mojón que significó Robin Hood cada vez le queda menos crédito en la industria. Dice que está acojonado, porque la Fox quiere que haga una precuela de Alien y no sabe como meterle mano. Yo le he dado largas. Le he mentido diciéndole que ahora no puedo, que estoy trabajando con Isabel Coixet en un proyecto titulado “La vida secreta de las gallinas”, pero la realidad es que no sabría como ayudarle, ya que tengo poca experiencia en cosas que anidan en tu pecho y crecen rompiéndote el esternón: solo me he enamorado un par de veces.
Aunque a priori el proyecto de Isabel pareciese estúpido yo lo acepté rápidamente por su perturbador trasfondo empático. No puedo dejar de sentirme identificado con las gallinas. No por mi condición de ave doméstica, si no por mi adorable cobardía. Un día alguien en algún sitio tuvo la lucidez de sinonimar gallina y cobardía, hoy yo me comparo con un plumífero. De pequeño me daban miedo muchas cosas: el agua, los payasos, los gremlins, la oscuridad…. De adulto me dan miedo aún más cosas: las marionetas, los niños, las hipotecas, los dentistas, el compromiso, los embarazos no deseados…Todas las noches escribo una carta que cuando llega el amanecer borro. No soy capaz de terminarla porque me da miedo despedirme. Cuando me toca decir adiós meto la cabeza debajo de la alfombra. Una vez la olvidé allí durante 27 días. Allí además de colillas, cinco céntimos y polvo encontré mi felicidad, pero la dejé allí. La felicidad está sobrevalorada. Hay quien me acusa de anhedónico. Yo me río, como si eso fuera algo malo. La última persona que me acusó de ello fue una escritora con la que me lié. Se dedicaba al ensayo con parches de ficción. Aquello estaba destinado a no funcionar. Todo lo llenaba de artificios y adornaba la verdad mejor que yo, además, defendía la complejidad a toda costa. Para todo usaba adjetivos rebuscados, hasta cuando follábamos. Ella hizo que me diesen miedo las escritoras, pero eso ya lo he superado. Dejaron de interesarme las mujeres a los 83.
Yo creo que hay más cosas que me dan miedo que cosas que no. Me da miedo hasta terminar, por eso esta entrada no tiene punto final

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