lunes, 14 de febrero de 2011

Desincrónico


Estaba seguro de que ella era la chica perfecta. De belleza poliédrica y rasgos susurrados, como escapada de un poema. Si la viese Afrodita se moriría de la envidia.
Era puntual a su cita matutina, y aunque ella no sabía ni quién era, él la miraba con rubor cada mañana a través del cristal, y allí escondido veía como llegaba temprano,con su camiseta de los Beatles, casi dormida, y se ponía ese delantal blanco inmaculado, que un rato después estaría cubierto de harina y de algún rastro de chocolate resultado de su oficio de pastelera. Oficio que apostaba que seguramente también lo fuese de su padre, porque solo un pastelero podría haber hecho algo tan dulce. Tan dulce como esos pasteles que a primera hora sacaba del horno, con cuidado para no quemarse las manos, finas y estilizadas, que amasan la harina con delicadeza y perfección estética, como si la masa pudiera disfrutar de su tacto, como si le devolviera las caricias. No sabía ni su nombre, pero sabía que eso era amor sincero.
Cada vez que ella se giraba hacía la máquina registradora su melena morena flotaba en el aire como a cámara lenta, como si rodara la escena Guy Ritchie, recreándose en los bucles de sus tirabuzones deslizándose en el aire, con una caída sinuosa y con su propia banda sonora. Siempre se ponía de puntillas cuando daba el cambio, puesto que no era demasiado alta, y sonreía, modelando con su boca un precioso arco que él anhelaba que se formase en vertical en la cama, justo a su lado. Solo pensaba en como hacerla reír, para que así luciese tan hermosos labios. Le volvía tan loco que su cabeza giraba en sentido inverso al de su cerebro.
Deseaba poder escribir “aquí te besé”, “aquí te cogí la mano” o “aquí te acaricié”. Deseaba saber como olía y si tenía cosquillas. Se imaginaba a los dos como un ejemplo de amor. Como los nuevo Romeo y Julieta, como Rick e Ilsa, como Drácula y Elisabeta. Saliendo en los libros de texto e inspirando canciones pop.
Al caer la tarde ella salía de la tienda y volvía a casa con una hogaza de pan bajo el brazo y con su corazón desdichado en el bolso, y ya solo podría imaginarla hasta que a la mañana siguiente volviese otra vez.

Y quizás su amor no fuese tan distinto del de ellos, pues él estaba completamente enamorado, pero no recordaba que aún seguía muerto.

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