domingo, 6 de septiembre de 2009

Porque los charcos también tienen problemas


Y de pronto amaneció solo. Eran las 6.35 de la mañana, el sol asomaba perezoso por el horizonte y en un momento sus perspectivas habían dado un giro de 360 grados. Desconcertado, atrapado en una roca a tan solo 30 centímetros de la libertad, sin saber como se había metido en ese brete. Una mala ola lo había varado en una roca, quizás juguetona y sin mala intención, quizás rencorosa lo hizo con inquina y premeditación. Daba igual, ya no tenía remedio. Por su culpa ahora era un charco atrapado en una roca. Y aunque un charco sea por definición una masa de líquido estancado a él no le gustaba ese rol. Prefería formar parte de un todo, de una inmensidad, estar en la compañía de otros charcos hasta llegar a formar juntos un mar e incluso un océano. Tenía debilidad por el Pacífico. Siempre había querido que tiburones, ballenas y rémoras lo surcasen; descubrir si de verdad existían las sirenas y los tritones, y ahora solo podía aspirar a secarse o a cobijar algún cangrejo ermitaño de paso. Posado y tranquilo añoraba el bullicio y jarana de la mar.
Pero no desespera. Esta noche se aliará con la luna para que se esconda y haga crecer la marea, devolviéndolo así con sus hermanos, fundiéndose en un abrazo con el resto de los charcos, y quizás algún día cumplir su sueño y formar parte del Océano Pacífico.

1 comentario:

tequila dijo...

Buenas:
Me encantó, es una historia genial!!.
Me sorprendió el final optimista...
lo pensaré dos veces antes de pisar un charco, bastante tienen los pobres,ummm
Besos Caronte