miércoles, 15 de abril de 2009

Encuentro fortuito



Siempre hay un niño malo al que echarle las culpas. Un chivo expiatorio en el que depurar responsabilidades. Un cabeza de turco con el que salvar el ojete. En mi caso se llama “Alicia”, “Alicia en el país de las maravillas”.
Vespertinas ganas de leer la obra de Carroll dirigieron mis pasos a una librería con pinta de fumadero de opio clandestino. Y allí fue donde se desarrollaron los desdichados acontecimientos. Entre la literatura fantástica y novela histórica me encontré con un antiguo amor de Universidad. Una de tantas XX que han pasado por mi vida engrosando el número de tachones en mi agenda de terciopelo, con la sutil diferencia de que esta consiguió marcarme emocionalmente. Eran otros tiempos, y yo joven e inexperto, y cometía estupideces como enamorarme. El encuentro por inesperado me cogió bajo de defensas y con una bolsa de kiwis en la mano, y así entre balbuceos y sonrisas bobas, comenzamos una trivial conversación que acabo en el concierto de una inocente cita para recordar viejos tiempos. Con un abrazo nos despedimos y comencé a notar una serie de respuestas fisiológicas que me eran familiares pero ajenas. Taquicardia, sudoración, aumento de la presión arterial. Me senté a meditarlo seriamente. Pero cuándo conseguí tomar el mando de la situación el mal estaba hecho. Esos recuerdos afectivos que permanecían enterrados en algún lugar del neocórtex habían reaparecido a traición. Sentimientos y sensaciones que creía batidos. Y todo por un encuentro fortuito. Un mundano hecho que constituía el fin de una era. Jamás creí que se me ocurriría volver a hacerlo. No pensé que otra vez me enamoraría…Enamorado y sin mi copia de “Alicia”.
Este encuentro constituía un desastre, no solo porque acababa de un plumazo con toda una escala de valores y sistema de vida, sino que además que clase de ejemplo iba a darle a esa legión de seguidores que veían en mí un icono de la soltería y un modelo de vida hedonista.
Para ellos era un gurú, un guía espiritual al que acudir después de una ruptura o un desengaño. Como un Terminator. No tenía sentimientos, no entendían por qué los humanos lloran. Pero esa maldita niña y sus sonrojadas mejillas tuvieron que reaparecer. Las más perfectas hileras de dientes del globo usadas como arma de destrucción masiva.
No podía hacerle esto a mis hordas de acólitos…
Tras meditar mucho sobre el caso en una cena romántica le hice a la chica una revolucionaria pero refinada propuesta: Llevar la relación de forma clandestina. No era nada descabellado. Los libros de historia estaban llenas de parejas en ese caso: Marilyn y el Presidente Kennedy, Ginebra y Lancelot, Narciso y su reflejo…
Un toque sofisticado con regusto clásico.
Pero por el guantazo que cruzó mi cara deduje que mis elaborados argumentos no acabaron de convencerla. Fue el comienzo del fin, porque me dejó. Y con frente fruncida se fue. Vi la lista completa de películas para superar una ruptura de la revista “Ohlalá”, escuchaba el “Since I told you it´s over” de Stereophonics una y otra vez y lloré durante semanas. Tanto y de tal forma que mis fieles seguidores continuamente me preguntaban.
- ¿Está llorando maestro?
- ¿Por qué llora maestro?

- Snif…uhmmm..pues…snif… porque me he enterado de que Mel Gibson ha rechazado hacer “Arma Letal 5”…

2 comentarios:

tequila dijo...

Buenas:
No se torture maestro, que enamorarse es lo que tiene: llega cuando menos se desea y aniquila todo lo dicho o pensado anteriormente... o almenos eso recuerdo... en fin, ni idea.
Lo que no entiendo es el guantazo de su amada. Poco romanticismo queda.

Besos (gustazo leerte)

Sulfamidas Smith dijo...

Visto desde la perspectiva que me da el tiempo salí ganando. Mejor un guantazo en la cara que uno en el corazón.

Besos y como siempre un placer.