sábado, 18 de octubre de 2008

Norman Bates se sentaba en la fila 1


Anoche tuve un sueño chungo. Un sueño de esos expresionistas, llenos de metáforas y simbologías, que no hay manera de entender. Una cadena de unos, ceros y Gordon Gekko desfilando con la cabra de la legión por la cubierta del Poseidón con acompañamientos de Pierre Henry. Imágenes que combinan poesía y belleza, pero que no acompañan ningún sentido, tan solo el de una posible patología mental latente. Anoche mi cerebro se volvió a rebelar y comenzó a procesar galimatías al azar. Y eso que esta vez me acosté sobrio.
Dándole vueltas a la cabeza, y buscando un hecho que desencadenara ese cúmulo de majaderías, he llegado a la conclusión de que el sueño debió de ser a causa de que anoche estuve en el cine. Y además en uno normal, que desde que me puse la ADSL dejé de frecuentar los porno. Y es que aunque no lo parezca odio ir al cine. Lo odio, casi tanto como la tortilla de espinacas. Siempre que se me olvida mi aversión fílmica y voy a un multisalas me acabo levantando de la butaca enfadado con el mundo, lanzando improperios y teniendo que ser sujetado por el personal de seguridad. Soy un cinéfago empedernido que desayuna con diamantes en una taza con la forma de la cabeza de Franz Capra, pero que no soporta las salas de cine. Es una de mis excentricidades más aclamadas por mi público. Mis visitas al cine se podían catalogar como “cadenas de odio”, porque irremediablemente comienzo a odiar todo y a todos. Es superior a mí, pero la oscuridad de las multisalas desata mis más bajos instintos.
Odio a los culo inquieto, que no paran de revolverse en la butaca, incómodos en cualquier posición, como si hordas de lombrices sin domesticar colonizaran sus anos, y que acaban dándote una patadita en la parte baja de la espalda, soliviantándote como a un Wookie que pierde una partida del holojuego Dejarik.
Odio a los que confunden una sala de cine con un camping, que acuden a ver una película con todo tipo de viandas, como en los cumpleaños.
Odio a los malditos niños, que hartos de la cháchara existencialista de Batman no hacen más que pedirle al padre el Power Ranger, o muñeco de moda de turno que tengan los crios actualmente, olvidado en casa. Aunque sostengo que en este caso la culpa no es de los padres, sino de Herodes, por incompetente.
Odio a los que van a ver una película y no se informan mínimamente sobre ella. Claro, luego llegan las desesperaciones y aburrimientos, y con ellos los resoplidos y el hastío, y con el los comentarios improcedentes, y así en una larga cadena de incordio al prójimo.
Odio a los aprendices de brujo, que tratan de adivinar en voz alta lo que pasará en la siguiente escena. Gracias de corazón al que adivinó que Bruce Willis estaba muerto.
Y sobre todo, y por encima de todas las cosas, odio a los que alteran el orden natural de los procesos fílmicos. En la entrada del cine deberían repartir panfletos en los que se explicara que primero se ve la película y luego se comenta, no al revés ni a la vez. El cine fue concebido así y no creo que los hermanos Lumière tuvieran en mente otra manera.
Y así podría seguir ad infinitum, con esta diatriba de rencor, cargando contra público, acomodadores y hasta contra Oliver Stone.
Mi pareja me achaca que soy demasiado quisquilloso, y me espeta que con tan mal humor e inquina no llegaré alto, no destacaré en nada. Pero me da igual lo que diga, yo tengo un podium en casa y soy el primero cada vez que me da la gana.

1 comentario:

tequila dijo...

Pues si caballero, me gusta comprobar que alguien comparte mis impulsos exterminadores.
Vaya clasificación, no se olvida de ninguno( confieso que en alguna tipología no había pensado, pero tras leerlo... les odiaré igualmente).
Los mios dicen que soy una insociable, que deberían cerrar la sala para mi. Lo dicen como una ofensa pero yo, sólo de pensarlo, me calmo...quizá, quizá.

Como siempre, caballero, me encantó.
Besos