jueves, 18 de noviembre de 2010

El plano secuencia


El otro día leí en el periódico la confirmación de que el fin del mundo está cerca, detallando con una seguridad notable la causa de semejante evento y sorprendiéndome la naturaleza del mismo por su macabra sencillez cuando esperaba como fin de fiesta algo más de características bíblicas. La fatídica noticia que augura el cataclismo último relataba como un grupo de intelectuales, pero de los de verdad, de esos que llevan bata y se esconden en laboratorios, no de los que usan los políticos para que les asesoren y de los que presentan programas en la radio, advierten que el chocolate es un producto que está en peligro de extinción, y que de aquí a 20 años será un bien exiguo. En un futuro no muy lejano la producción disminuirá de tal manera que se producirá una importante escasez que encarecerá el producto de modo que se convertirá en un bien de lujo solo accesible a fortunas como la de Bill Gates, Donald Trump o el muñeco del monopoly.
En una distopía semejante me imagino a las masas exaltadas sin rubor saliendo a la calle buscando una onza de chocolate que llevarse a la boca mientras hordas de adictos luchan entre si por un pedazo de la semilla del cacao. Con almendras, con leche, blanco, con avellanas. Un bombón de licor protagonista de duelos fraticidas. La secuencia puede ser aún más dramática, porque no me imagino que podría componer la base de la dieta de los/las despechados/as si no existiese el chocolate. Una ruptura no volvería a ser lo mismo, porque las rupturas si por algo merecen la pena, además de por el infravalorado sentimiento de desdicha que las acompaña, es por la posibilidad de poder comer chocolate sin mesura sin tener que ser juzgado. En esas circunstancias concretas de infortunio se permite incluso hasta chuparse los restos de los dedos. Los mayas y Roland Emerich nos advertían del fin del mundo tal y como lo conocemos para el año 2012. Tal vez se equivocasen en las cuentas y se produzca en 2032. Porque estoy convencido que el fin del mundo ocurrirá así. Se sentido tiene un mundo sin chocolate. Sin chocolate volver a casa al alba sería una experiencia incompleta, desaparecería la figura del churrero, tan infinitesimales como necesarios, pero sobre perecería la perversión favoritas del público. A mi me encanta todo lo que está recubierto de una espesa capa de chocolate. Sobre todo las rubias de 90 de pecho.
Reconozco que este asunto me fascina pero poco me he prodigado en el, excusado siempre en vergüenzas ajenas y sábanas de satén que no admiten lavado a máquina , y de las pocas ocasiones en las que me han consentido guardo mal recuerdo, como en la última ocasión, cuando unté a una chica con el síndrome de Quention Tarantino. Pero sin embargo nada tuvo que ver esta con la otra, una chica dulce pero de intricada personalidad. Una dama tan complicada como el año pasado en Marienbad. Intentaba convertir una relación de partículas que estaba condenada al olvido en una interacción a escala cósmica. Ella sabía donde se metía y es que aunque no quisiese darse cuenta, el amor no correspondido siempre resulta ridículo.

Siempre pensé que el fin de los tiempos vendría con un Apocalipsis zombi o con una invasión alienígena,nunca por esta causa. Solo espero que la escasez de chocolate no me joda la publicación de mi autobiografía.

Síndrome de Quentin Tarantino: Esperar que sus siguientes polvos también sean un Pulp Fiction

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