
Reconozco que tengo mala memoria. Es uno de mis peores defectos, incluso peor que mi falta de criterio, mi adicción a las aspirinas, mi superficialidad o mi enfermiza obsesión por los zapatos de charol.
Esta tara comenzó a manifestarse cuando aún era pequeño. De hecho fui víctima de la desmemoria durante los tres primeros años de vida, un periodo durante el que permanecí con el pañal pegado al suelo. Por mucho que mi madre lo intentase no tomaba una posición erguida, y si acaso de cuando en cuando les dedicaba un breve gateo. Esto fue confundido en mi casa con algún tipo de defecto psicomotriz o anatómico en mis piernas, pero en realidad mi comienzo tardío en la deambulación no se debió a otra cosa que a la mala memoria. No me acordaba de que podía andar.
Cuando crecí muchas veces se me olvida en que dirección había que andar, y andaba de espaldas o incluso de lado. Había veces que en lugar de ir venía.
Por culpa de este defecto me gané mi primer azote. Aún siento el palpitante dolor en el trasero por ese zapatillazo de mi madre. Se me había olvidado como se hacía pis.
Esta imperfección me brindó numerosas trifulcas con mis padres durante mi adolescencia. Frecuentemente tendía a pasear desnudo por casa e incluso por la calle. Rebeldía adolescente decían, desmemoria en realidad. Disparidad de criterios. Paradójicamente a día de hoy puedo acordarme de cosas de antes de nacer. Líquifo amniótico y cordón umbilical. Poco que contar.
Ahora siendo adulto me da por escribir, despreocupándome porque si se me olvida mi vida se que la tengo aquí.
Así que si leéis esto dejad de guardarme rencor. Es por mi mala memoria que después de acostarme con una mujer no la vuelva a llamar.