
Estaba deseando que llegara Septiembre. Ver los kioskos empapelados de coleccionables mientras la estación más odiosa del año da estertores, colgar el bañador en una vieja percha con telarañas, cansado de barrer arena del rellano. El verano es la estación con más acólitos del almanaque pero sin embargo en mi desata la más furibunda de las misantropías, no se si debido a mi proverbial carácter huraño o a que odio sudar sin que haya sexo. Para lo que la gente es felicidad para mi es desasosiego. El verano es una estación llena de conceptos abstractos. Legión huye hacia las playas intentando disimular una alarmante falta de conocimientos sobre geografía. Yo espero que mi ira provoque un seísmo de catastróficas consecuencias para los seres vivos, pero tan solo obtengo una cefalea gigantesca. Es una cosa que va por gustos, como a esos que adoran las películas con besuqueo y mucho pastel. Yo sin embargo prefiero más las de casquería y tiros. De hecho estoy escribiendo un guión que algún día dirigiré, en el que el protagonista atropella a Stephen King por una deuda de juego contraída a principios de los 90. Tendrá una banda sonora de Jamiroquai y reservo el papel protagonista para Bruce Cambell. Cada noche escribo un buen puñado de páginas con una vieja máquina de escribir herencia de mi abuelo que encontré en el desván, y a la que le falta la letra “n”, mientras me fumo un paquete de Ducados en el balcón de mi casa. Solo fumo cuando escribo, y me gusta tanto que creo que escribir es una excusa para poder fumar. Fumo de lado, derramando la ceniza y consumiendo hasta el filtro. Se que es malo pero todo buen perdedor tiene que fumar. Si no fumase sería un perdedor de poca monta. Si no fumase perdería entidad. Hubo una temporada en lo que lo dejé, pero la ansiedad acabo con las zonas angulosas de mi figura. Teniendo que elegir entre una obstrucción arterial y un enfisema pulmonar me decidí por volver a fumar, que por lo menos es estiloso. Aún conservo una gloriosa curva que adorna mi perfil. Aislamiento por capas donde puedo jurar que una vez tuve abdominales. Fue precisamente poniéndome a dieta cuando descubrí lo único bueno que tiene el verano: Los corazones de sandía.