
Hubo un tiempo en el que las gafas de sol eran un objeto meramente funcional. Un par de lentes ahumadas que protegían las pupilas de las abrasiones solares y de los destellos en carretera.
Pero la evolución las ha convertido en un apéndice a la última moda que forma parte de la anatomía. Un apéndice que nos oculta del mundo, que nos protegen de los demás como un escudo. Una máscara con monturas que esconde nuestra tristeza, nuestras ojeras, nuestras resacas o nuestra confusión. Ojos delatores camuflados por unos cristales tintados que cierran las ventanas del alma, escudriñados detrás de una trinchera de polímeros clásicos, modernos e incluso carnavalescos.
Las gafas de sol protegen los ojos y el alma, y como un blues hacen más llevaderas las depresiones.
Pero sobre todo y lo más importante: permiten mirar con tranquilidad tetas y culos.